De julio a octubre
Millones de flores abandonan su letargo de años gracias a la lluvia caída
Fotos: Jorge Barreno
- En unos meses ha llovido 25 milímetros, tanto como en todo un año
- La última vez que se dieron las condiciones para la floración fue en 1997
Llueve en Atacama. En unos meses han caído 25 milímetros, tanto como en un año. Llovió en mayo, ha vuelto a gotear en agosto. Las semillas, a medio metro bajo tierra, en estado latente desde hace años, comienzan una carrera contra reloj. Huele a vida en el desierto cálido más seco del mundo.
Son patas de guanaco, lirios, cebollinos, malvillas, botones de alforja, añañucas, más de 200 especies de flores, siete por metro cuadrado, que habitan entre las localidades atacameñas de Vallenar y Copiapó. Tienen tres meses para salir a la superficie, para germinar y para procrear, antes de que las altas temperaturas acaben con sus vidas.
A pesar de hallarse en latitudes subtropicales, en el desierto de Atacama casi no llueve, a veces 0 milímetros anuales. El anticiclón del Pacífico, que se forma a unos 3.000 metros sobre la superficie del norte de Chile, es el causante de esta ausencia de precipitaciones. Las nubes cargadas de agua procedentes de la Amazonía brasileña chocan contra la barrera andina, de 6.000 metros de altura. Se quedan en Argentina sin pasar por Chile.
Cada muchos años, la corriente de Humbolt, normalmente fría, se torna caliente por el fenómeno de El Niño. Entonces, la temperatura del mar aumenta tres o cuatro grados en unas pocas horas, lo que produce una gran evaporación y precipitaciones en los 4.000 kilómetros de costas continentales chilenas, incluido el desierto de Atacama.
La unión hace la vida
"Para que se produzcan lluvias y la floración tienen que conjugarse varios factores. Por un lado, debe haber semillas en estado latente que esperen por años las lluvias. Por el otro, son importantes elementos como el viento, la camanchaca, las capas de agua subterránea y la temperatura", explica María Angélica Contreras, experta del ayuntamiento de Caldera en el desierto florido.
No todas las plantas salen al mismo tiempo y en la misma zona. Cada una obedece a sus patrones genéticos. "Son flores muy selectivas. En el extremo de una misma ladera puede haber un manchón de cebollinos y justo al lado pura tierra", manifiesta María Angélica.
Que se conjuguen todos esos factores es complicado, la última vez fue en 1997. "Las flores tienen un patrón evolutivo bien marcado, sólo salen cuando saben que sus posibilidades de supervivencia son máximas", comenta la experta del ayuntamiento de Caldera. "Aún así, estas primas cercanas de otras flores chilenas han desarrollado recursos para salir adelante", añade.
Hojas y espinas atrapaniebla, raíces que son capaces de penetrar por debajo de la costra salada sobre la que se asienta la superficie desértica atacameña, patrones de reproducción rápida, adaptaciones geométricas de las semillas para poder rodar mejor. Todos los métodos son pocos para vivir en un lugar en el que la temperatura varía más de 30 grados centígrados entre el día y la noche.
"Vivimos en un sistema en el que todas las fuerzas buscan el equilibrio. Mientras que en tierra se produce una explosión de vida, en el mar mueren las especies. Pingüinos, lobos marinos, peces... Todas dependen de las algas microscópicas que, debido al calor, fallecen, deteniéndose así la cadena de la vida", manifiesta María Angélica.
En busca de la añañuca roja
Brunilda González, la alcaldesa de Caldera, ama las flores de su municipio: "Es impresionante ver cómo un lugar donde normalmente no tiene vegetación, marrón, de repente se transforma en una alfombra tupida de colores. Como las flores, los insectos y los caracoles aparecen de la nada, es increíble".
La flor preferida de la alcaldesa, que muy poca gente ha tenido la suerte de ver debido a su escasez, se llama añañuca roja. Tiene forma de lirio y es de color rojo. Cuenta la leyenda que había una princesa inca llamada Añañuca que se enamoró perdidamente de un conquistador español que también le correspondió con su amor.
Los soldados no querían que se consumaran sus sentimientos, así que mandaron al colonizador español a Perú. Añañuca lo siguió por el desierto de Atacama, descalza, soportando el frío y el calor. Le sangraban los pies, tanto, que tintaba las flores de rojo a su paso. Finalmente murió, pero la añañuca roja se convirtió en una de las flores más bellas, difícil de encontrar incluso hoy en día.
"Un buen método para saber dónde saldrán las flores, también las añañucas rojas, es observar si en la superficie del suelo hay caracoles, el animal más voraz del desierto. Si los hay, quiere decir que el terreno está plagado de semillas", aconseja Brunilda.
La cultura changuita, a la que pertenecían los ancestros de la alcaldesa, ya utilizaban las flores como aliño de sus comidas, como remedio para curar todo tipo de enfermedades, para mejorar la leche de las madres primerizas o para fabricar tejidos. Eso sí, al igual que ahora, una vez cada muchos años, sólo cuando las lluvias tiñen de vivos colores el desierto de Atacama.
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