Investigadores de Cantabria desarrollan modelos perfeccionados de los fenómenos extremos marinos - Servirán para calcular las consecuencias del cambio climático en Latinoamérica
En la zona costera cercana a Bilbao y en Gijón las olas pueden superar los siete metros (sólo entre diciembre y enero), y en A Coruña los ocho metros, de octubre a abril. En Cádiz se limitan a los seis metros de altura (también entre diciembre y enero), y en Valencia las olas sólo alcanzan como mucho entre 3 y 3,5 metros desde septiembre hasta abril, con dos picos (en el inicio de la primavera y durante el fenómeno de la gota fría). Estos datos son los obtenidos por un equipo de la Universidad de Cantabria en un trabajo que les ha servido para demostrar la validez de la metodología estadística que han desarrollado y que están aplicando ahora a otros parámetros, como la subida extrema del nivel de mar, a tener muy en cuenta en un contexto de cambio climático.
El análisis de los extremos es más difícil que el de las condiciones medias
Los datos son de vital importancia para instalaciones costeras
¿Cuál es la probabilidad de que una ola gigante, un viento huracanado o una subida extrema del nivel del mar afecte, quizá desastrosamente, un pantalán de combustible, un paseo marítimo o una turbina eólica marina? ¿Y cómo se enmarca esta probabilidad en el cambio global actual que supone, según todos los cálculos, un aumento del nivel del mar? Para preguntas como éstas no hay respuestas fáciles, e intentar encontrarlas está dando lugar al desarrollo de modelos estadísticos que se centran en los fenómenos meteorológicos extremos. El equipo del nuevo Instituto de Hidráulica Ambiental de la Universidad de Cantabria es puntero en este campo. "Cualquiera que observe las olas se da cuenta de que su altura no es igual en invierno que en verano, varía a lo largo del año, y lo que hemos hecho es aplicar un modelo estadístico no estacionario para cuantificar eventos extremos como éstos", explica Fernando J. Méndez, ingeniero y miembro del equipo.
"El análisis de los valores extremos es más difícil que el de las condiciones medias", comenta la oceanógrafa Melisa Menéndez desde Liverpool, donde está trabajando temporalmente en el Laboratorio Oceanográfico Proudman. "Hay menos información, ya que en todo un año puede que no se hayan dado eventos extremos, y los eventos extremos necesitan de un análisis estadístico especial, que dé resultados más rigurosos y con menos incertidumbre que los disponibles hasta ahora".
Algo deben de estar haciendo bien Méndez, Menéndez y sus colegas, dirigidos por Íñigo J. Losada, cuando sus trabajos se están publicando en revistas como Coastal Engineering, Geophysical Research Letters y el ICES Journal of Marine Science.
"Hemos creado una metodología original para estudiar valores extremos en las variables ambientales oceanográficas, como el nivel del mar, la altura de las olas, el viento", reconoce Menéndez. "Si no, no publicaríamos", remacha. Su trabajo se enmarca en el auge de la climatología en un marco de cambio global, disciplina que en los últimos 10 años se ha desarrollado mucho ante las variaciones sustanciales previstas asociadas al cambio climático.
El nuevo modelo del régimen extremo de oleaje tiene en cuenta las variaciones estacionales, a lo largo del año. Da lo que se llama "altura de ola significante" o representativa (se calcula sobre las olas más altas), asociada a un periodo de retorno (el tiempo que tarda en reproducirse) de 20 años. Hasta ahora no se habían cuantificado estos extremos.
El equipo también ha estudiado los valores extremos del nivel del mar durante casi 100 años, basándose en los datos recogidos durante el siglo XX en un mareógrafo situado frente a Newlyn (Reino Unido). De ahí pasan a predecir la probabilidad de que se den ciertos valores extremos del nivel del mar. Éste tiene tres componentes en cada momento: el nivel medio del mar, la marea y el residuo meteorológico (asociado al tiempo, al viento, la presión atmosférica, etcétera).
Revisar los datos del pasado permite refinar y validar los modelos de predicción. Si valen para predecir lo que pasó, también valdrán para predecir lo que pasará. Cuanto mayor sea el tiempo del que se dispongan datos se puede predecir con menos incertidumbre. Para predicciones a un año puede valer con tener buenos datos de cinco años, pero para predicciones a 10 años hacen falta datos de 100 años, explican estos expertos.
"Todos estos datos son de vital importancia en los ámbitos de la gestión costera, ya que definen el riesgo de inundación y son indispensables en el diseño de obras marítimas, como las infraestructuras que se construyen cerca de la costa", recuerda Menéndez.
El equipo lleva ya cuatro años trabajando en proyectos financiados en parte por la Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo, en el marco del esfuerzo de la Unesco por conocer cómo afectará el cambio climático a las costas de todo el mundo. La aplicación de sus modelos, cuando estén totalmente desarrollados, se centrará especialmente en el litoral de Latinoamérica.
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